¿Cómo se aprende relajación en nuestro Centro?

 

Actualmente y debido a las posibilidades que ofrecen los avances electrónicos del biofeedback (1) el aprendizaje de la relajación se puede acelerar y facilitar enormemente, permitiendo su aplicación controlada y eficaz no solo en adultos, sino en niños de corta edad.

Mediante el biofeedback el terapeuta hace comprender al niño o a los adultos algunas de las reacciones fisiológicas que se producen en nuestro cuerpo cuando estamos tensos, preocupados, tristes o “rabiosos”.   Se le demuestra al niño o al adulto que puede modificar el brillo de una pantalla, reducir la carrera de una liebre, dar más velocidad a un molino, ampliar el sonido de una canción, tan solo con “pensar” en esas “cosas desagradables” que nos decimos, por ejemplo, cuando nos desvalorizamos y nos creemos incapaces de protegernos o sentimos nuestra seguridad amenazada. l Gracias a la tecnología electrónica del biofeedback podemos observar cómo sube o baja nuestra conducción eléctrica de la piel, cómo el corazón varía las palpitaciones o cómo nuestra respiración aumenta o disminuye su frecuencia o amplitud según lo que estamos pensando en ese momento.

Pero el objetivo fundamental de las técnicas que utilizamos mediante el biofeedback no es solo que el niño vea cómo se va relajando o qué nivel de tensión muscular tiene si está enfadado o ansioso, sino lo que es más importante, que se dé cuenta de que puede modificar su estado de relajación o excitación según lo que vaya pensando.

Esa es la “magia” que muchos niños no entienden, pero que en la práctica pueden utilizar para entrenarse en decirse a sí mismos (“pensando”) lo que más les ayuda a tranquilizarse. Lo importante no es que el niño piense lo que el terapeuta le dice que tiene que pensar para relajarse”, sino que el niño descubre por sí mismo lo que “verdaderamente” está haciendo y le va bien para relajar su tensión ( en una pantalla aparecen de forma muy gráfica los cambios en la tensión o distensión que consigue el niño cuando piensa de una u otra manera). Con la práctica el niño descubre qué se está diciendo, en qué está pensando en ese momento en que ve cómo sube su temperatura o baja su tensión muscular, o aumenta su “sudoración” (reactancia de la piel). Después aprenderá a que cuando siente los síntomas de ansiedad, puede repetír lo que ya sabe que le ha dado resultado, porque ha experimentado y ha visto con sus propios ojos que le ha reducido su tensión.

El gran poder que tiene esta técnica del biofeedback, aparte de parecer un juego y por tanto motivar con su uso desenfadado, es demostrar muy visiblemente que nuestro pensamiento (autoinstrucciones, imaginación, lenguaje interior, asociaciones, etc.) es quien nos tranquiliza o nos angustia. Al niño le queda muy claro que es el hablarse a sí mismo con palabras de ánimo y de seguridad y reírse lo que le relaja (ve con sus propios ojos cómo aumenta el gráfico de temperatura periférica en la pantalla) o comprueba que cuando se dice a sí mismo lo que le preocupa, hace que apriete los músculos y se tense (el gráfico nos indica que está disminuyendo la temperatura al comprimirse los capilares por la presión de los músculos que se contraen).

Además el biofeedback nos permite comprobar doblemente, por activa y por pasiva, estos argumentos al presentar al sujeto los dos gráficos de temperatura y conductancia juntos, ya que es inverso el efecto que produce la tensión o relajación en ellos. Efectivamente el sujeto puede comprobar que a mayor tensión la temperatura baja y la conductancia aumenta y viciversa, cuando se relaja, la conductancia disminuye y la temperatura aumenta.